Como un perro ansioso esperando su merecida recompensa. La ve, la huele, la desea, pero sabe que no depende de él poder llevársela a la boca, disfrutarla, sentirla suya. La mano de su dueño la sostiene, ligera, y, en ocasiones, se la acerca al hocico, travieso, para que la perciba más intensa, haciéndole pensar que ya le pertenece, mofándose, lastimando. Y duele, pero no llora, ve en sus ojos la intención de entregársela, intuye su deseo. Y, por ello, espera, ansioso, tranquilo, el momento en el que los dedos se separen, rápidos, y dejen caer la aparentemente dulce galletita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario